Y un día ella llegó al pueblo. "Pueblo chico, infierno grande" dijo el, quizás porque sentía el ardor de infierno en su interior.
Ella le preguntó como llegar a cierta dirección.
El le pidió un beso.
Ella rió y conversaron.
El motivo y la llegada dieron lugar a los proyectos y anhelos. Entonces la mañana se hizo tarde y él la llevo a dónde debía ir, no sin antes susurrarse “...me gusta..”.
Ella llevaba una valija austera de recuerdos y en su cabeza zumbaban dulces palabras de un extraño que ya no lo era. Se fue a dormir y soñó colores y formas.
Al otro día el la fue a buscar. Ella lo recibió con una sonrisa, quizás ya adivinaba esas formas que no eran ciertamente él, sino sensaciones que no podía describir.
La tarde y el café se fundieron formando la noche, y al amparo de un farol escondido él le pidió otro beso.
Ella no hizo esperar el deseo compartido, ya que eran colores que ella ya advertía. Esta vez no rió, solo se dejo llevar, mimetizándose con el a la sombra de aquel farol.
Con sus dedos ella tocó sus labios, el con sus labios rozó su cuello, y con el aroma de la noche y el amor a cuestas se perdieron entre colores y formas.
